Desentrañar

Desentrañar, si es posible, algo esta tarde. Algo que recuerde lo sencillo. Algo que, como una huella en la arena, remita al caminante.

Desentrañar, sin esfuerzo, si es posible, algo esta tarde. Un paño que se despliega sobre mi regazo.

Algo, sin esfuerzo, si es posible, en mi cocina, como una puerta entornada o el olor de la madera.

Una puntada de hilo, mi mano sobre la manta.

La oscuridad o el misterio.

Guardo la ropa de enero, un arcoiris clandestino toca la pared de aquella casa anhelada, que ya no necesito, porque tengo una.

Se mezcla esa casa y la mía, y suenan los pendientes de las madres que se pierden, al tocar el suelo. Pequeños y dorados, como lágrimas de hadas.

Ya no llevamos hombreras, las mujeres, digo, y el pelo no es tan rubio como entonces. Pero la casa sigue guardando el misterio.

Un misterio que se desvela entre la cocina y el baño, la galería y ese jardín secreto que apenas lograba ver desde la ventana. Un misterio que adquiere forma de pijama y rodillera, y dedos entrelazados. Un misterio que se sirve en platos blancos adornados de ensalada. Olivetti roja, zapatos de tacón y una pulsera.

 

Desentrañar, decía, algo esta tarde, si es posible, sin esfuerzo, pero no sin lágrimas.

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