Una mujer, unos pantalones de hombre, una lavadora.
Nunca sabes cuándo se va a romper el día.
¿Recuerdas cuando te llevaba colgando de mi boca?
Como el despojo de una gacela en las fauces de un guepardo.
Resultabas elástico entre mis mordiscos de inconsciencia.
Y no te quejabas.
Metías las manos
pequeñas y rotas
en los bolsillos de tus vaqueros.
¿Recuerdas aquella vez sobre el acantilado?
Mi risa te rodeaba como un tornado y te temblaban las piernas.
Mascabas una mueca sonriente a punto de desbordarse por el miedo.
Y no decías nada.
Mis botas, violetas, derrapaban sobre los guijarros.
Alguna piedra caía sobre el mar
y el estruendo de las olas nos aislaba.
¿Recuerdas el silencio inexpugnable?
Mi rostro blanco nuclear negándote el consuelo
mi cuerpo expuesto y ausente
para ti
que quede claro que este vacío es para ti.
Y tú esperabas horas, días
gota a gota, puño a puño.
¡Era tan nuestro encontrarnos con el pecho hecho jirones, las manos ensangrentadas,
abajo, allí al fondo, junto al acantilado silencioso!