Desentrañar

Desentrañar, si es posible, algo esta tarde. Algo que recuerde lo sencillo. Algo que, como una huella en la arena, remita al caminante.

Desentrañar, sin esfuerzo, si es posible, algo esta tarde. Un paño que se despliega sobre mi regazo.

Algo, sin esfuerzo, si es posible, en mi cocina, como una puerta entornada o el olor de la madera.

Una puntada de hilo, mi mano sobre la manta.

La oscuridad o el misterio.

Guardo la ropa de enero, un arcoiris clandestino toca la pared de aquella casa anhelada, que ya no necesito, porque tengo una.

Se mezcla esa casa y la mía, y suenan los pendientes de las madres que se pierden, al tocar el suelo. Pequeños y dorados, como lágrimas de hadas.

Ya no llevamos hombreras, las mujeres, digo, y el pelo no es tan rubio como entonces. Pero la casa sigue guardando el misterio.

Un misterio que se desvela entre la cocina y el baño, la galería y ese jardín secreto que apenas lograba ver desde la ventana. Un misterio que adquiere forma de pijama y rodillera, y dedos entrelazados. Un misterio que se sirve en platos blancos adornados de ensalada. Olivetti roja, zapatos de tacón y una pulsera.

 

Desentrañar, decía, algo esta tarde, si es posible, sin esfuerzo, pero no sin lágrimas.

Recuerdos junto al acantilado

¿Recuerdas cuando te llevaba colgando de mi boca?

Como el despojo de una gacela en las fauces de un guepardo.

Resultabas elástico entre mis mordiscos de inconsciencia.

Y no te quejabas.

Metías las manos

pequeñas y rotas

en los bolsillos de tus vaqueros.

¿Recuerdas aquella vez sobre el acantilado?

Mi risa te rodeaba como un tornado y te temblaban las piernas.

Mascabas una mueca sonriente a punto de desbordarse por el miedo.

Y no decías nada.

Mis botas, violetas, derrapaban sobre los guijarros.

Alguna piedra caía sobre el mar

y el estruendo de las olas nos aislaba.

¿Recuerdas el silencio inexpugnable?

Mi rostro blanco nuclear negándote el consuelo

mi cuerpo expuesto y ausente

para ti

que quede claro que este vacío es para ti.

Y tú esperabas horas, días

gota a gota, puño a puño.

¡Era tan nuestro encontrarnos con el pecho hecho jirones, las manos ensangrentadas,

abajo, allí al fondo, junto al acantilado silencioso!