Lo bueno de estar fuera del mundo de la poesía y de hacer este viaje casi a solas es que todo es descubrimiento. La otra tarde, después de acumular tensión en las cervicales y de estrujarme los ojos descifrando lomos (y no de cerdo), compré Gritos verticales de Gracia Iglesias, bellamente ilustrado por Ana Arcas, y usé el lápiz, cosa muy buena. De Gracia me gusta que esté enamorada de un árbol y que escriba cosas como estas:
Sobre cuántos cadáveres se levanta mi casa
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Son las ardillas muertas y no las golondrinas
las que anuncian que se acaba el invierno
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Cáliz de piel
no quiero que te apartes
sino hacerme de ti.
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Si has robado los pájaros al aire
para llenar tu voz de incandencencia
permite a la palabra
cobijarse en la clara certeza de tu pecho
hasta que se transforme
-toda alas transparentes-
en los versos inútiles del agua
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No sé puede escribir desde el vacío
sin que te ardan las manos
sin que un hambre voraz
te anide dentro
y vaya alimentándose de vísceras
hasta que al fin la herida
se rompa en consonantes
y el ácido de todas las palabras
destruya los tejidos y se convierta en voz
en grito
en doloroso grito
en grito de placer
grito de angustia
o quizá en gemido más intenso que el despertar del mundo.
No se puede escribir en tierra seca
despojada y desnuda
amarga
intentar hacer sangre con el barro de un muerto.
No se puede
lo juro
no se puede.
***
Hubo otro tiempo en el que tuve voz
me amaban
sí, me amaban y yo amaba con las alas abiertas
orgullosa del viento que cantaba mi nombre.
Era otro tiempo.
Y muchas cosas más escribe Gracia así de bien. En Gritos verticales. Cangrejo Pistolero Ediciones.